Cómo aceptar la vida tal como es

Una búsqueda constante

Me he pasado los últimos años buscando. Bien bien no sabía el qué, pero sabía que quería dejar de sufrir y de tener miedo. Una emoción que había llegado a experimentar de tal manera, que mi vida se vio limitada en muchos aspectos.

Porque cuando tienes tal temor, por enfermar o por morir, sientes la angustia a diario. Y observas cómo poco a poco te va condicionando, mientras te dejas arrastrar por la ansiedad y no quieres ni arriesgar, ni casi proseguir con tu vida, sólo por miedo.

Y estando en esa situación busqué una respuesta en la medicina natural, en la espiritualidad, en el budismo, en la neurociencia, en la física cuántica y en la no dualidad. Y a medida que iba experimentando una nueva terapia o corriente filosófica, me ilusionaba, con la esperanza de lograr la paz que tanto anhelaba. Porque quería volver a disfrutar de la vida como antaño.

Pero, a pesar de sentir algún que otro momento de bienestar, el miedo, la ira o la duda regresaban a mi realidad. Y volvía a frenar en seco.

El cuerpo me estaba hablando

Así, con el tiempo empecé a manifestar algún que otro malestar físico. Comenzaba a sintomatizar mis sentimientos. Mi cuerpo me estaba hablando. ¡Cuidado!

Y yo, preocupado, me empeñé aún más en aprender a preservar mi salud. Y lo hice mejorando mi alimentación, adquiriendo más información al respecto, practicando ejercicio a diario con conciencia, meditando y atendiendo a mis hábitos nocturnos para así poder descansar mejor cada noche.

Pero los temores seguían apareciendo. Y la rabia continuaba guiando algunos aspectos de mi vida. Así que perdoné a mis ancestros, visualicé el amor hacia mi niño interior y fui liberando, poco a poco, esas emociones que me invadían en cualquier momento.

Pero el cuerpo seguía manifestándose con dolores que me hacían ser cada vez más consciente.

Sin embargo, por mucho que me esforzaba, no acababa de encontrar la fórmula ni la práctica que pudiesen ayudarme del todo.

El momento de rendirme

Así que un día simplemente me rendí. Y aunque sentía un poco de desilusión y frustración, también percibí cierto alivio.

De repente sentí paz por el mero hecho de saber que no debía encontrar, cambiar, transformar o trascender nada. Y desde la tranquilidad que experimenté, comprendí que mi mente no era más que una mera actividad que generaba de manera automática unos pensamientos en base a unas directrices aprendidas en un tiempo pasado.

Pero lo significativo de este reconocimiento fue que esta actividad mental, cuya pretensión se centraba en suprimir, encontrar, luchar, transformar, convencer, exigir, controlar, rechazar o distraer, no era yo. Era una manera de proceder de algo que conocía como mente. Y las emociones que sentía, servían a la vez, al mecanismo de protección de la misma mente, cuya finalidad principal consiste en preservar la experiencia de vida.

Entendí que no era la mente ni los sentimientos, que estos aparecían frente a unos estímulos determinados, internos o externos, y que yo no tenía nada que hacer, sólo observar. Así que dejé de identificarme con la experiencia de estar triste, de sentirme abandonado, de tener miedo o de enfadarme.

Simplemente comencé a contemplar “desde la distancia” lo que percibía y sentía. Y al hacerlo, dejé de verme atrapado y arrastrado por la actividad mental.

Fue maravilloso. Y así, acepté la experiencia, el momento, reconociendo y sintiendo quién era, sin tener que ocuparme más de controlar o de imaginar un futuro comprometido.

La aceptación: Lo que es, es

Así es como, tras el reconocimiento y la aceptación, entendí algo tan sencillo como que la vida es lo que es, simplemente es.

Y yo soy conciencia percibiendo y sintiendo este momento, esta experiencia como lo que es. Y cualquier pretensión de cambio, es una mera ilusión que nace de una actividad mental que se reconoce como un ser separado, inseguro, finito y encaminado a buscar en el exterior la felicidad, que en cambio, ya se encuentra en el silencio de lo que soy, conciencia, estando siempre presente y por detrás de toda actividad mental.

Por fin, tras varios años de búsqueda, el buscador dejó de buscar, para reconocer la realidad. Sabiendo que cualquier pretensión de modificación sólo nace de un yo ilusorio que simplemente reproduce lo aprendido.

Y entendí que la iluminación de Buda o de Cristo no era más que el reconocimiento de la verdad.

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